José G. Luiggi-Hernández
El pasado 17 de mayo conmemoramos el día internacional contra la homofobia, lesbofobia, transfobia y bifóbia. Un día en que se conmemora la eliminación de la homosexualidad de la Clasificación Internacional de Enfermedades (ICD por sus siglas en inglés). La actividad fue un espacio de memoria y resistencia, donde se recordó la importancia de conmemorar la despatologización de la homosexualidad como enfermedad mental—un hito fundamental que sigue siendo una base en la lucha por los derechos LGBTQ+. No se trató solo de una fecha, sino de un llamado a desmantelar las narrativas históricas que han vinculado nuestras identidades con el estigma, la enfermedad y el castigo.
Ese día, aunque lloviznó en la mañana, se asomó el sol a la hora de empezar, reflejando nuestro júbilo, nuestro sentido de comunidad, nuestra celebración y conmemoración y nuestra indignación. que ni el clima ni la violencia estructural nos detienen cuando se trata de exigir dignidad, reconocimiento y justicia.

La manifestación contó con la presencia de diversos colectivos de las comunidades LGBTTQIA+, cuya participación resalta la interseccionalidad de nuestras luchas. Ver esas banderas alzadas, escuchar las voces en megáfono y sentir la fuerza del acompañamiento fue profundamente conmovedor. La visibilidad en estos espacios no es un acto simbólico, sino una intervención directa en favor de nuestra salud mental, del sentido de comunidad, y de la esperanza concreta de un cambio social.
Aunque no estuvo presente el gremio de la psicología de forma oficial (pero si el de otras disciplinas), éramos muches psicólogues allí presentes. No como representantes formales, sino como personas comprometidas desde lo íntimo y lo ético con la vida de nuestras comunidades. Porque sabemos, desde la práctica y desde el corazón, que el silencio institucional pesa, y que es hora de decirlo claro: la psicología no puede ser neutral ante la injusticia.
Hacemos un llamado, entonces, a que más colegas se sumen. Que las asociaciones profesionales, los programas académicos y los espacios clínicos abracen con fuerza el compromiso social que esta profesión necesita. Que no esperen invitaciones formales para estar presentes. Que entiendan que nuestra práctica no solo ocurre en consultorios, sino también en las calles, en los abrazos, en las consignas, en la defensa de quienes históricamente han sido marginades.