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¿Qué Cuidados Son Estos? Reflexiones Desde Una Experiencia Psiquiátrica

En Finlandia, este testimonio de un/a profesional de la salud mental, que también fue paciente psiquiátrico, ha provocado un intenso debate entre quienes trabajan en el sector.

Desde Mad in Finland por anónime.

Nada sucede realmente en una sala psiquiátrica. A intervalos regulares, hacemos fila para la comida y para los medicamentos, hay “reuniones matutinas” y grupos al aire libre. Casi todo el resto del tiempo lo pasamos sentadas en sofás, en nuestras propias habitaciones o acostadas en las camas. Las conversaciones con profesionales del “cuidado” u otros trabajadores son escasas. Los medicamentos se administran en la sala, como es de esperarse. No hace falta insistir mucho para tomarlos. Muchas veces, los medicamentos nos adormecen, y por eso pasamos tanto tiempo acostadas.

Se ha hablado mucho de la falta de camas en las salas psiquiátricas y, en general, se considera que hay muy pocas. Sin embargo, el número de camas da igual si el tratamiento no tiene otro objetivo que estar acostada en una cama. A comienzos del milenio, cuando pasé meses en una sala de hospital psiquiátrico, llevé un diario de lo que ocurría allí. Hubo muy pocos acontecimientos. El cuidado en una sala psiquiátrica representa un gasto muy alto para la sociedad. Esa inversión debería generar algún beneficio terapéutico significativo, como sucede con cualquier otro tratamiento financiado con fondos públicos. Si una persona se sienta sola en su habitación, duerme, hace fila para la comida y los medicamentos y no hace mucho más, ¿cuál es el cuidado real por el que vale la pena pagar tanto? La pregunta se vuelve especialmente importante si, por ejemplo, el ingreso a la sala implicó dejar los estudios y las ya limitadas relaciones sociales. ¿Cuál es entonces el valor y el sentido de ese cuidado?

Si, en lugar de cuidados en una sala, hubiese tenido la posibilidad de ver a una persona profesional que valorara su trabajo y se preocupara por sus pacientes, por ejemplo, dos veces por semana, habría recibido un cuidado más intensivo y mejor, y además habría podido continuar con mis estudios. Pero no existía esa atención ambulatoria intensiva, así que tuve que ir a una sala, un “tratamiento” que era mucho más caro. Eso sí que es motivo de asombro.

¿Por qué no hablamos de lo más difícil?

Empecé a sentirme mal después de enfrentar cosas terribles en mi vida. Fueron experiencias cuya vulnerabilidad cualquiera puede entender. Al final, no podía soportar los recuerdos ni las emociones de lo que había pasado, quería morir, y terminé pasando años en atención psiquiátrica. Pero en lugar de poder lidiar con esas experiencias que me hicieron sentir tan mal, en cuanto empecé el tratamiento, en los distintos lugares a los que fui se hablaba de cosas como cómo comía, dormía o hacía ejercicio, si recordaba limpiar mi cuarto y tomar la medicación. Era difícil de comprender.

Mentalmente interpreté que estos temas cotidianos se elegían porque yo había vivido cosas demasiado terribles, cosas de las que no se podía hablar y que debían ser ocultadas. Ya que no se podía hablar de lo más difícil, se asumía que eran cosas horribles, feas y asquerosas. Pero como esas cosas formaban parte de mí y de mi pasado, entonces yo también era una parte de mí: horrible, fea y asquerosa. Al mismo tiempo, se confirmaban mis propios sentimientos horribles de culpa y vergüenza. De esta manera, el sistema de tratamiento funcionó exactamente como me indicaron y como apliqué. Pero no ayudó. Fue precisamente por el rechazo y la negación que sufrí tanto.

¿Por qué el sistema de cuidados no está pensado para la persona paciente?

“Esta sesión se centrará en el futuro”, aunque yo tuviera una fuerte necesidad de hablar de mis experiencias pasadas.

“Esta es una residencia de rehabilitación donde practicamos habilidades de afrontamiento”, cuando yo no tenía ningún problema con esas habilidades. Me dijeron cómo limpiar, pagar cuentas, cocinar, aunque yo sentía que ya sabía todo eso, y lo que buscaba eran respuestas sobre cómo lidiar con mis emociones, cómo encontrar razones para vivir, cómo aceptarme. Pero lidiar con esas cosas no formaba parte de esa forma de rehabilitación.

“Puedes ir algunas veces a la clínica de crisis y luego debería haber otro lugar al que ir”, aunque no lo había.

“Se acabaron las consultas y las llamadas, su tratamiento ha finalizado”, y me quedé sola, completamente e inconsolablemente sola, y empecé a sentirme peor que nunca. Ya ni siquiera encajaba en el sistema de cuidados.

Si se va a tratar a una persona, ¿no debería preguntársele, al menos en algún momento, qué siente que necesita, e ir al menos un poco en esa dirección? No podemos dejar de preguntárnoslo.

¿Por qué gastamos tantos recursos en pruebas diagnósticas?

Los estudios diagnósticos son, básicamente, cuestionarios o entrevistas que preguntan a las personas sobre su propia experiencia y si presentan síntomas del trastorno psiquiátrico que se intenta diagnosticar. “¿Se siente deprimido/a?” “¿Tiene dificultades para concentrarse?” “¿Olvida con frecuencia cosas en su vida diaria?” Gran parte de los recursos en salud mental se emplean en torno a estos “exámenes” diagnósticos. Por alguna razón inexplicable, se les da gran importancia, tanto por parte de las personas pacientes como del sistema. Hay quienes hacen fila durante meses, incluso años, para hacerse estos exámenes. Muchas personas esperan por estos estudios con grandes esperanzas y expectativas.

Se espera que estos diagnósticos resuelvan las dificultades y problemas con los que las personas han vivido. Falta saber cómo lo harán. Hacer diagnósticos y recetar medicamentos es, de hecho, un “tratamiento” mucho más fácil y simple que enfrentar las experiencias, escuchar toda la red, comprender los síntomas y pensar en soluciones posibles para situaciones difíciles. En mi opinión, este enfoque centrado en los exámenes diagnósticos simplemente no ayuda mucho, especialmente si el objetivo del tratamiento es la recuperación y la sanación, en lugar de la “aceptación de la enfermedad” y la medicación a largo plazo. ¿Cuántos recursos podrían liberarse para otro tipo de trabajo en salud mental si nos alejáramos de esta sobrevaloración de los diagnósticos, cuyo verdadero significado sigue siendo muy oscuro?

¿Por qué el tratamiento parece ser tan deficiente?

A partir de cualquier estadística que describa genuinamente la eficacia de los cuidados psiquiátricos, podemos ver que estos parecen ser muy pobres e ineficaces. Mientras nuestro país ha incrementado enormemente el uso de medicamentos psiquiátricos y ha ofrecido diversas terapias, el número de ausencias laborales por causas psiquiátricas y de jubilaciones permanentes ha aumentado. Probablemente nunca hemos tenido tanta variedad de servicios de salud mental, medicamentos, clínicas y terapeutas. Si los antidepresivos fueran realmente tan eficaces, ¿no debería haberse eliminado ya la depresión? ¿No debería haber menos jubilaciones, aunque fuera solo un poco? Si hoy hay diez veces más personas haciendo terapia que hace una década, ¿eso no debería reflejarse, al menos un poco, en alguna estadística sobre el estado mental del país? Y ni hablar de las enormes redes y servicios alrededor de los “problemas” de la infancia, que tristemente no han generado mejoras en la salud mental infantil según las estadísticas; al contrario.

¿Será que el actual enfoque de “buscar ayuda temprana incluso para los problemas más pequeños” está en realidad produciendo personas que reciben una identidad de pacientes psiquiátricos a través de la medicación, el diagnóstico y la enfermedad, una identidad que se perpetúa a sí misma y al sistema inflado de tratamiento?

¿Qué sentido tiene el trabajo en psiquiatría?

El trabajo en salud mental es uno de los sectores que más enfrenta escasez de personal. Creo que una de las razones es que pocas personas profesionales parecen disfrutar o considerar significativo el sistema actual. Un sistema como el que tenemos ha producido filas interminables para pruebas diagnósticas, pacientes crónicos y servicios bloqueados en todas direcciones. En muchos lugares, se ha abandonado el objetivo de una verdadera recuperación y los “trastornos” psiquiátricos se consideran incurables. Los recursos en salud mental se consideran constantemente insuficientes en el debate público, pero lo único que se busca es más de lo mismo: más personal, más terapeutas, más terapias, más diagnósticos, más medicamentos. Pero estos recursos ya están agotados.

Es hora de repensar y reconstruir todo el contexto del trabajo en salud mental. Tal como está, no parece tener mucho sentido.

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