La ausencia de una definición constante de “trastorno severo de salud mental” afecta negativamente el desarrollo de políticas públicas, la investigación y la práctica clínica.
Cobertura por Richard Sears
Originalmente publicado en inglés.
En un artículo publicado en Psychiatric Services, Lauren Gonzales y sus colegas exploran el uso de los términos “enfermedad mental grave” y “trastorno mental severo” (SMI, por sus siglas en inglés) en la investigación psiquiátrica. Las autoras analizaron 788 artículos publicados entre 2015 y 2019 que estan compuestos por una población con “SMI”. Desafortunadamente, el 85% de los artículos no definió SMI. Además, en los artículos que sí definieron o intentaron describir SMI, hubo una gran variabilidad. Por lo tanto, la categoría de SMI no tiene una definición consensuada u operacionalizada.
Las autoras concluyen que los investigadores necesitan desarrollar un lenguaje más preciso y consensuado en lugar de continuar refiriéndose al concepto ambiguo de SMI. Escriben:
“Para muchos personas en el campo de la salud mental, referirse a ‘SMI’ es algo natural. Los hallazgos sugieren que los esfuerzos de práctica y políticas basadas en evidencia deben considerar el nivel de respaldo en la investigación, indicando que el constructo y el término ‘SMI’ carecen de generalización. Se anima a les investigadores y a las partes interesadas a desarrollar un lenguaje diagnóstico preciso y consensuado en sus esfuerzos por apoyar y abogar por las personas con enfermedades mentales.”
El concepto de SMI (enfermedad mental grave) se ha utilizado en toda la psiquiatría para informar la práctica clínica y la formulación de políticas. Los investigadores han dado por sentado que SMI es un concepto claramente definido y consensuado. Han explorado la relación entre la dieta y el SMI, las intervenciones sociales para el SMI, su prevalencia y correlaciones, la recuperación, etc., sin definir adecuadamente este concepto.
Muchos autores han criticado la investigación médica y psiquiátrica como sesgada y poco confiable. Por ejemplo, Richard Smith, editor de BMJ hasta 2004, fue citado diciendo: “puede que haya llegado el momento de dejar de suponer que la investigación realmente ocurrió y fue honestamente reportada, y asumir que la investigación es fraudulenta hasta que haya alguna evidencia de que ocurrió y fue honestamente reportada.” También se han encontrado extensos conflictos de interés no revelados en la investigación médica.
La “contaminación de datos”, es decir, la entrada accidental de datos incorrectos, obstaculiza la investigación psiquiátrica, al igual que el sesgo de publicación. Por ejemplo, los estudios con resultados positivos (que suelen mostrar que un medicamento es eficaz para tratar una enfermedad mental) tienen muchas más probabilidades de ser publicados, lo que lleva a una tergiversación de los resultados por parte de los investigadores para hacer que su publicación sea más probable.
El sesgo y el engaño son comunes en la investigación del comportamiento, ya que los investigadores manipulan datos consciente e inconscientemente para producir resultados deseados en lugar de resultados precisos. Además, los conflictos de interés no financieros, como las lealtades a tratamientos específicos y escuelas de pensamiento, pueden sesgar la investigación.
La industria farmacéutica patrocina comúnmente ensayos clínicos de sus medicamentos. Esto crea resultados engañosos que indican que los medicamentos de la industria son más efectivos y seguros de lo que realmente son. Menos de la mitad de los ensayos clínicos en la Union Europea reportan sus resultados con precisión, a pesar de legislación que exige que lo hagan. Además, la industria suele ocultar estudios que no se ajustan a sus resultados deseados y subreporta los daños causados por sus productos.

El trabajo actual comienza explicando que el SMI (enfermedad mental grave) recibe prioridad en el ámbito de la salud mental, la política pública y la financiación de la investigación, pero sigue sin estar bien definido en estos diferentes contextos. Las autoras también temen que la etiqueta SMI pueda exacerbar el estigma que experimentan las personas que ya viven con otros estigmas, como ser etiquetadas de “esquizofrénicas.” SMI no es un término diagnóstico oficial en el DSM o el ICD, y la APA (Asociación Estadounidense de Psiquiatría) varía en su definición. Estos hechos no hacen que el uso del término sea menos ubicuo en las disciplinas psicológicas y psiquiátricas.
Las consecuencias de que SMI tenga una definición variable son muchas. La validez y generalización de la investigación que utiliza SMI como categoría se ven comprometidas. Sin una definición adecuada de SMI, decidir hacia qué poblaciones se deben dirigir los recursos es menos claro. Recibir la etiqueta de SMI también puede dificultar los caminos de recuperación individual y aumentar el autoestigma.
Para investigar la fiabilidad y validez del término SMI, los investigadores exploraron 788 artículos que utilizaron el concepto de SMI (y otros términos estrechamente relacionados, como “trastorno emocional severo”). El 85% de los estudios no definió SMI. El 26% de los estudios proporcionó ejemplos diagnósticos de SMI sin ofrecer definiciones. El 37% equiparó SMI con diagnósticos específicos, el 9% lo equiparó con discapacidad funcional, el 5% con la duración del trastorno y el 2% con servicios específicos recibidos. El 62% de los estudios categorizó la esquizofrenia como SMI, el 52% incluyó el trastorno bipolar, el 33% la depresión, el 14% los trastornos del estado de ánimo, de ansiedad y de personalidad, y el 9% el TEPT.
La definición de SMI cambia drásticamente de un estudio a otro, lo que indica que, aunque el uso de este término está generalizado, no existe una definición consensuada. Los investigadores ni siquiera pueden ponerse de acuerdo sobre qué se debe observar para determinar la presencia de SMI. Algunos señalan los servicios recibidos, otros los síntomas, otros los diagnósticos y otros el deterioro funcional, entre otros. Los autores además problematizan el término SMI dando el ejemplo de los trastornos de la alimentación. Aunque los trastornos de la alimentación tienen la tasa de mortalidad más alta de cualquier diagnóstico, solo el 1% de los estudios examinados incluyó los trastornos de la alimentación como SMI.
Los autores concluyen que los investigadores deben establecer una definición clara de SMI. Sin una definición de este tipo, los autores sugieren que es mejor utilizar diagnósticos específicos, “puntos de referencia” de deterioro o cualquier otra categoría bien definida para discutir los trastornos mentales. Los autores también recomiendan que se realice investigación adicional para evaluar el uso del término SMI en entornos clínicos y programas de formación. Escriben:
“Los hallazgos resaltan una necesidad crítica de establecer definiciones operativas claras de SMI en la literatura empírica. Esta es una tarea difícil porque las variaciones en la definición de SMI son frecuentes, con el uso generalizado de diferentes definiciones.”
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Gonzales, L., Kois, L. E., Chen, C., López-Aybar, L., McCullough, B., & McLaughlin, K. J. (2022). Reliability of the Term “Serious Mental Illness”: A Systematic Review. Psychiatric Services. https://doi.org/10.1176/appi.ps.202100661 (Link)

Richard Sears teaches psychology at West Georgia Technical College and is studying to receive a PhD in consciousness and society from the University of West Georgia. He has previously worked in crisis stabilization units as an intake assessor and crisis line operator. His current research interests include the delineation between institutions and the individuals that make them up, dehumanization and its relationship to exaltation, and natural substitutes for potentially harmful psychopharmacological interventions.