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En honor al Día de la Recordación, compartimos el testimonio de Damaris, una veterana del Ejército de los Estados Unidos y sobreviviente psiquiátrica puertorriqueña. Su historia ofrece una mirada auténtica y honesta sobre el impacto del servicio militar, el racismo, y el sistema de salud mental en su vida. A través de sus propias palabras, esta entrevista visibiliza las heridas invisibles de muchas personas que han servido y que siguen luchando por sobrevivir fuera de la milicia.
Damaris cuenta:
Nunca vi una película de guerra. Pensé que era una oportunidad para estudiar inglés, ser independiente. Nadie me explicó qué conllevaba la milicia. El choque fue brutal: cultural, lingüístico, psicológico. Me sentí sola, ignorada y perdida.
Laura: ¿Y esa fue la esa fue la idea que te hizo enlistarte? ¿Cómo terminaste…quiero tener un sentido de cómo terminaste enlistada entonces? Porque mucha gente es porque, es como que la necesidad, la aventura, los beneficios…
Damaris:
Porque pues nada, pues como cualquier joven inocente que no sabe. Como pasé un examen de inglés, me tiraron a población general con gente que solo hablaba inglés, pero yo no entendía nada. Me gritaban, me castigaban, y todo era una constante confusión. Era “monkey see, monkey do”, yo imitaba a las demás para sobrevivir.
Lloraba mientras sujetaba una granada. Todas fuertes, y yo la única llorando. Me sentía débil, sola. No sé cómo sobreviví. A muchas mujeres les va bien en el ejército, pero a mí no. Yo no estaba preparada emocional ni culturalmente. Alguien debió ver que yo no estaba bien. Me sentía sola, no sabía cómo sobrevivir ese ambiente. El sistema nunca vio que yo era una joven que no entendía el idioma, que venía de otro contexto.
Estuve activa en Fort Riley. Nunca fui a combate, pero vivía con miedo constante. Tenía pesadillas, terrores nocturnos, pánico. El sistema militar no está hecho para cuidarte emocionalmente si no encajas. Y cuando hablas, te castigan.
A mí me gritaron, me hicieron hacer ejercicio extremo. Cada orden era un castigo, y no por desobedecer, sino por no entender. Me decían: ‘García, gimme twenty’. Y yo solo quería sobrevivir el día sin que me humillaran. Una vez dije, ‘Permission to recover, drill sergeant’. Me habían castigado, hice las lagartijas y cuando lo dije, me gritaron: ‘You’re faking it, you know English!’. Por saber una frase pensaban que fingía todo.
Yo tenía tanto miedo de hablar inglés mal que prefería no hablar. Y cuando hablaba, me castigaban más. Yo no entendía lo que me decían los sargentos. Me ponían a hacer ejercicios hasta que colapsaba. No era entrenamiento, era castigo porque no era como ellos.
Recuerdo una vez que estábamos corriendo y me caí. Nadie se detuvo. Nadie preguntó si estaba bien. Me gritaban que me levantara. Yo no tenía energía, ni física ni emocional. Me sentía invisible, menos que humana.

Laura: ¿Cuál es tu experiencia psiquiátrica?
Damaris:
Mi primer encuentro con la psiquiatría fue en Fort Riley, Kansas. Traté de cometer suicidio mientras estaba activa. Me ‘pumpiaron’ el estómago y luego me mandaron a unos grupos que ni entendía para qué eran. Mi mente está traumatizada. No recuerdo mucho, pero sí cómo me sentía.
Bueno, entonces, pues luego del ejército, pues voy a la universidad y yo aquí estoy batallando y yo aquí estoy tratando de, otros errores porque entro a la Universidad. He vivido racismo, acoso, clasismo. En la universidad me rechazaron por hablar inglés con acento. Me dijeron que no podía representar a los latinos. Era líder de un grupo estudiantil y me sacaron por no sonar como ellos.
Cada vez que vivía algo así, me daba una crisis. Terminaba en el hospital. A veces ni sabía qué estaba sintiendo. Solo sabía que algo estaba muy mal, que mi cuerpo no aguantaba más. He estado en múltiples hospitales. Cada vez que vivía racismo, exclusión o discriminación, terminaba en crisis. A veces me juzgaban por hablar con acento. Otras veces simplemente por ser mujer, por ser puertorriqueña.
Una vez recibí un correo anónimo: ‘Todos estamos contentos que dejaste el departamento de psicología. Tú y tu familia son unos lunáticos’. Quedé en estado catatónico. Colapsé frente a mi familia. No podía hablar. “Yo tengo que ir a algún sitio, que yo no sé qué le pasa a mi cuerpo. Yo no sé qué está pasando. Estoy en, en, en, no me puedo explicar mi cuerpo. No lo puedo explicar. Yo estoy que me siento, ¿quién ha hecho esto esto quién es?”…Cuando yo llego al hospital yo caigo llorando, en el piso. Me colapsé, colapso, colapso, de colapso nervioso, colapso ahí, y hay ahí una enfermera. “Levántate, ¿por qué te has tirado al piso?” Todavía es que me están tratando así. No me he tirado al piso a propósito. He colapsado, madre mía y me tratan de esa manera, me están tratando de esa manera. Empiezo yo, “Ay, Dios mío”, porque claro, como ya había estudiado de pues lo que le pasa cuando le quitan los niños a las madres, que esto lo, ahi empiezo yo “Ay, Dios mío, me van a quitar a mi hija, ay madre mía.” Bueno, yo un drama. Bueno, no me gusta utilizar la palabra drama, pero cuando la gente…miedo, lo que puede pasar, y yo estoy estresada. Sí, me estoy expresando yo, unos miedos, una cosa, me van a quitar a la niña, madre mía, y entonces, me entran a un cuarto ahí y viene alguien. A mí me dan una pastilla para calmarme y estoy así como en ese momento me dan una pastilla. “Pero ah, ya yo estoy”, yo decía, “Ay”, y me preguntaron cosas. En ningún momento dije que yo estaba en riesgo en mi casa. En ningún momento yo dije, bueno, no, yo simplemente dije, “I wish to, I wish this situation basically, yo quisiera que, I wish this was all over, oh my God, I wish this was all over.” Estaba tratando, de lo que yo estaba experimentando en ese momento, que en ningún momento dije, “Quiero matar a alguien”, en ningún momento dije, “Me quiero matar”. Si yo tengo una razón por vivir, tengo una hija, y pues nada. Ahí viene una persona de esta gente de ahí del hospital y amablemente y todo y dice y me dice, “Sabes si, si quieres descansar una noche…”, que me lo dijeron así, “…si quieres descansar, si quieres para que te quedes una noche, te podemos llevar al tercer piso.” Y yo no, y ya yo no sabía entonces de este sistema, me dice, “Te podemos llevar al tercer piso y ahí vas a poder, esté, descansar.” Madre mía, si cuando entro ahí es otro trauma. Otro trauma, porque ahí, de ahí…eran por…las cosas que yo experimenté de las personas que estaban ahí, de la gente, yo experimenté harassment de hombres ahí, pues mi esposo lo observó.
Laura: Entonces, como esto te llevó a esta hospitalización y cómo en esa hospitalización, cómo fue esa experiencia de esa hospitalización psiquiátrica? Te pompiaron el estómago, me dijiste, y entonces…
Damaris:
Usaron esas palabras para encerrarme. Eso no es cuidado, es castigo. Me daban pastillas que me ponían peor. Confundida, paralizada, aterrorizada. No era tratamiento, era castigo. No me explicaban nada. Me querían silenciar, no sanar y a pesar de todo, aquí estoy. Sigo viva. Sigo hablando. Porque esta historia, aunque duela, hay que contarla. Porque no soy la única. Porque muchas hemos sido silenciadas, medicalizadas, criminalizadas. Y sobrevivimos.
Me inyectaron Haldol por negarme a tomar medicinas. Me tiraron al piso y me forzaron. No podía moverme. Sentí que mi cuerpo ya no me pertenecía. Mi familia no sabía qué hacer. Mi hermana intentó hablar con abogados y los del hospital se molestaron. Cuando fui a la corte, me llevaron en patrulla. Mi esposo suplicó que no me esposaran. Me pusieron atrás, toda drogada, sin poder casi hablar. Dije lo único que pude: ‘I was not this way until you medicated me.’
Me asignaron una defensora legal que ni me escuchó. No dejó hablar a mi familia. Me sentí abandonada, traicionada. Solo me vio como un número más, una carga. Yo no era humana para ellos, era un expediente. Me trataron como una criminal. Me llevaron a la corte en patrulla policial. Drogada. Humillada. En la audiencia, la psiquiatra dijo que yo era un peligro. Nunca me dejaron explicarme. Nunca dijeron que entré voluntariamente. La defensora que me asignaron ni me escuchó, no dejó hablar a mi familia. Me mandaron de vuelta al hospital.
Estuve en un cuarto acolchonado. No podía mover ni las pestañas. Un paciente me dijo: ‘I’m glad your smile is erased’. Me sentí deshumanizada. Me atacaban por ser mujer, por ser latina, por estar vulnerable.
En el hospital psiquiátrico me ofrecieron quedarme una noche. Terminé encerrada, drogada con Haldol. No podía moverme. Me dijeron que era suicida, cuando jamás lo dije. Solo estaba desesperada. Quería estar con mi hija. En la corte dijeron que era un peligro para mí misma. Pero yo no estaba así antes del hospital. Dije claramente: ‘I was not this way until you medicated me’. Me callaron. Me llevaron de vuelta al hospital bajo orden mandatoria.
Me dieron medicinas que me hacían alucinar. Pacientes se burlaban, me gritaban. Me decían cosas horribles. Una vez un hombre dijo: ‘ICE is coming’. Yo pensaba que hablaban del hielo, que estaban envenenándolo. Mi mente trataba de entender pero no podía.
Mi familia sufrió. No sabían cómo ayudarme. Mi esposo, mi hermana, mi padre… todos impotentes viendo cómo me deterioraban. Intentaron sacarme, pero el sistema los rechazaba.
Estoy aquí porque sigo luchando. Porque lo hablo. Porque muchas personas no lo pueden contar. Las destruyeron en silencio. Yo sigo de pie. Con heridas, con miedos, pero con voz.
Mis padres no entendían lo que me pasaba. Me decían que rezara, que tuviera fe. Pero yo estaba rota por dentro. Lo que viví en el ejército me cambió. Me quitó la inocencia, la alegría, la seguridad. Ya no confiaba en nadie.
Cada vez que tenía un ataque de pánico me trataban como loca. No como alguien que necesitaba ayuda. Me daban más pastillas. Nunca preguntaban qué sentía o qué necesitaba. Solo querían que me callara, que no molestara.
En el hospital, un enfermero me dijo: ‘Tú necesitas a Dios’. Él era uno de los enfermeros de psiquiatría y me ha dicho así, tú, un hombre blanco, me dice, “Tú lo que tienes que haber, arrepentirte de todos tus pecados.” Sacó la Biblia y empezó a leerme pasajes. Yo estaba vulnerable, llorando, sin saber qué estaba pasando. Y lo que recibí fue juicio. No consuelo.
Mi hija era pequeña. Yo solo pensaba en volver a verla. Me rompía el corazón pensar que podían quitarme la custodia por estar hospitalizada. Nadie entendía ese miedo. Nadie me aseguraba que no la perdería.
En una de las hospitalizaciones, una paciente me tocó sin consentimiento. Intenté pedir ayuda y me dijeron que ‘ella no sabía lo que hacía’. Pero yo sí sabía lo que sentí: miedo, invasión, humillación. Me hicieron sentir culpable por hablar. Yo estaba internada, debía estar segura. Nadie me protegió.
Después de cada hospitalización, salía más confundida. Me daban recetas, diagnósticos que no entendía, instrucciones sin contexto. Me sentía como un experimento, alguien a quien probarle diferentes químicos hasta que dejara de hablar.
He vivido con la etiqueta de ‘trastorno mental’ desde entonces. No como una herramienta de apoyo, sino como una barrera. Esa etiqueta me ha cerrado puertas, me ha alejado de personas. Me convirtió en alguien que la sociedad teme.
Tuve que aprender a sobrevivir de nuevo fuera del hospital. No confiaba en los médicos, ni en los terapeutas. Pensaba que cualquiera podía volverme a encerrar. Vivía con ansiedad constante, con hipervigilancia, como si aún estuviera en combate.
Una vez traté de buscar ayuda en un grupo de apoyo. Cuando hablé, una persona me dijo que estaba exagerando. Que el sistema no era tan malo. Me fui llorando. Me di cuenta de que ni entre sobrevivientes siempre hay solidaridad.
Por muchos años sentí que yo era el problema. Que algo en mí estaba roto, defectuoso. Pero con el tiempo entendí que el sistema fue el que me rompió. Que lo que viví no fue normal. Y que tengo derecho a decirlo.
La psiquiatría me falló. El ejército me falló. Pero yo no me fallé. Sigo aquí, resistiendo. Hablar de esto me duele, pero también me sana. Y si alguien más lee esto y se siente menos sola, habrá valido la pena contarlo. Cuando salí del hospital por última vez, no salí curada. Salí más confundida, con miedo de regresar. Me dijeron que debía seguir tratamiento ambulatorio, pero no me dieron recursos, no me ofrecieron opciones reales.
Tenía que elegir entre trabajar y buscar ayuda. No podía hacer ambas cosas. Si pedía tiempo libre, me lo negaban. Si decía que estaba en tratamiento, me juzgaban. Me decían que era inestable, que no era confiable. Perdí oportunidades laborales, amistades, relaciones familiares. La gente no entiende lo que significa haber sido internada. Creen que eres peligrosa, impredecible, que no puedes funcionar. Te cierran las puertas antes de conocerte.
En mi comunidad, hablar de salud mental sigue siendo tabú. Muchas veces me han dicho que exagere, que ore, que me ocupe. Que lo que me pasa es ‘cosa de la mente’. Pero esto no es imaginación, es mi vida. Es real. He tenido que crear mi propio sistema de apoyo. Personas que me creen, que no me juzgan. Que me ayudan a nombrar lo que viví como violencia. Que entienden que fui víctima de instituciones que dicen ayudar pero también hacen daño.
Yo vivía con un miedo, bueno y hasta hoy en día yo te digo, yo tengo miedo a las fuerzas armadas del carajo, del carajo. Yo no sé ni cómo sobrevivo, ¿sabes? Lo más duro es que muchas de nosotras no tenemos dónde contar nuestra historia. Nos silencian, nos ridiculizan, nos desacreditan. Pero seguimos hablando porque sabemos que hay otras como nosotras allá afuera, escuchando en silencio.
Mi esperanza es que algún día la salud mental deje de ser un castigo. Que ser diagnosticada no signifique perder derechos. Que pedir ayuda no sea una sentencia. Que podamos sanar sin miedo, sin coerción, sin violencia. Hoy hablo por mí, pero también por quienes no sobrevivieron. Por quienes fueron encerradas, medicadas, desaparecidas del discurso público. Por quienes murieron en vida al ser institucionalizadas. Que sus memorias no se borren.
Yo soy más que mi diagnóstico. Soy más que una veterana. Soy más que una paciente. Soy una mujer que ha pasado por el infierno y ha vuelto a contarlo. Y mientras tenga voz, seguiré denunciando y resistiendo.
Damaris le desea a todas las mujeres veteranas de nuestro colectivo puertorriqueño que puedan encontrar el apoyo y herramientas apropiadas para su camino de sanación.
Encuéntrenla en FB: https://www.facebook.com/sra.garcia.9638




Laura López-Aybar es una sobreviviente de violencia psiquiátrica, intrafamiliar y de género. Posee un doctorado en psicología clínica de Adelphi University en Nueva York y hace investigación multi métodos en determinantes sociales de la salud emocional, primordialmente estigma, discriminación, violencia de género y cambio climático. Aboga abiertamente por experiencia personal y empírica por la abolición y reforma de los sistemas carcelarios, incluyendo el sistema de salud mental desde la práctica de la psicología crítica. Pueden encontrar más de su trabajo en su página de Instagram @aybarpsicologiacritica.