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Ofrecer a les jóvenes alternativas a las narrativas diagnósticas tradicionales

Publicado originalmente en Mad in the UK.

Por Emma Hickey y Cian Aherne.

Eliminación de etiquetas diagnósticas

Quienes trabajamos en salud mental soñamos con un mundo en el que ya no se requiera etiquetar el malestar emocional como “trastorno”. Consideramos que estas etiquetas no logran representar la complejidad y diversidad de la experiencia humana y, por tanto, resultan inadecuadas para abordar el sufrimiento en el contexto actual. Al mismo tiempo, reconocemos que vivimos en una sociedad donde estas etiquetas tienen peso social y buscamos navegar esa realidad sin perder de vista una visión más esperanzadora en la que las personas puedan sentirse validadas sin necesidad de ser nombradas como “trastornadas”.


La necesidad de validación: explorar otras formas de ofrecerla

Uno de los beneficios que puede brindar un diagnóstico de salud mental es el reconocimiento y validación social que representa para une joven en crisis. El diagnóstico actúa como un “pasaporte social” que valida su dolor, sufrimiento y angustia. Sus emociones dejan de ser minimizadas o cuestionadas por el entorno, y ese alivio puede ser crucial —incluso salvavidas— a corto plazo. Pero, ¿por qué necesitamos un “pasaporte” oficial para validar el dolor humano? ¿Existen otras formas de reconocer y respetar la experiencia vivida sin tener que imponer una etiqueta médica que a veces invalida el sufrimiento, especialmente a largo plazo?

En Jigsaw, el Centro Nacional para la Salud Mental Juvenil en Irlanda, proponemos formas de validar sin depender de etiquetas diagnósticas. Por ejemplo:

Ofrecemos validación al acompañar el malestar y las emociones de manera constante. Esto requiere desarrollar un lenguaje emocional más amplio, que permita nombrar, describir y comprender cómo funcionan nuestras emociones:

“Ya, eso suena a una tristeza muy profunda. La tristeza tiene esa forma de avisarnos cuando algo anda mal, cuando algo falta o se ha perdido.”

Validamos utilizando un lenguaje de inclusión y comprensión, en lugar del lenguaje del déficit o el trastorno. Proponemos explicaciones psicológicas contextuales, no médicas:

“No estoy segura de que eso signifique que algo anda mal contigo. Más bien parece que has vivido cosas muy injustas que han afectado profundamente cómo te sientes.”

Validamos empoderando, al centrarnos en la creatividad, las fortalezas y los intereses de cada persona, en lugar de su dificultad para encajar en una sociedad rígida:

Ejemplo: promover los hobbies y las artes creativas en lugar de limitar la vida de une joven a los exámenes estatales.

Utilizamos el pensamiento crítico como forma de auto-validación, que puede ser más significativo que forzar a la persona a adaptarse constantemente a la norma:

“Si yo siento esto, quizá otras personas también. Tal vez eso sea importante para cambiar las cosas y asegurarnos de que nuestras voces sean escuchadas.”

Las emociones incómodas o dolorosas pueden ser señales poderosas sobre los peligros del statu quo, y también motores de cambio, reforma y transformación. Un equilibrio entre el pensamiento crítico individual y el sistémico abre puertas a la creatividad, regeneración y empoderamiento.

Acompañar y compartir emociones en comunidad genera solidaridad. Esto puede ayudar a que une joven deje de verse como alguien defectuoso o “menos que” por lo que siente. Se pasa de preguntas como “¿Por qué sigo sintiéndome así?” o “¿Qué tengo de malo?” a otras como “¿Por qué tantas personas se sienten igual?” o “¿Y si el problema está en las normas y expectativas del mundo?”. Esta mirada crítica hacia los valores sociales permite cuestionar lo que muchas veces se da por sentado.


Cómo trabajar (y sobrevivir) en un sistema de salud mental que usa un lenguaje basado en el déficit

La realidad es que muches jóvenes que llegan a terapia ya han pasado por servicios de salud mental o han buscado información en redes sociales o internet. En esos espacios, predomina un lenguaje médico que describe el malestar como un conjunto de “síntomas” cuya frecuencia, intensidad y duración determinan si se ajustan o no a un “trastorno”.

Cuando trabajamos con jóvenes que ya están familiarizades con ese lenguaje, no consideramos útil ni respetuoso desacreditar de inmediato el modelo médico. Tampoco intentamos restar valor a los posibles beneficios que une joven pueda haber encontrado en un diagnóstico.

En cambio, optamos por ampliar su narrativa. No utilizamos el lenguaje de trastorno y síntomas, salvo que sea necesario —lo cual ocurre muy rara vez— o que la persona lo traiga consigo. En esos casos, exploramos con elle otras formas de hablar de su experiencia emocional, para que pueda tomar decisiones informadas sobre el uso de ese lenguaje.

Muches jóvenes no saben que el lenguaje médico en salud mental es motivo de controversia y que no hay consenso profesional al respecto. Si eligen seguir usándolo tras una conversación informada, respetamos esa decisión. Para nosotres, lo esencial es que comprendan las implicaciones de ese lenguaje y que también se les ofrezcan otras opciones para nombrar y comprender su vivencia emocional.


Ampliar, no reemplazar, la narrativa como primer paso

Creemos que es más útil comenzar ampliando la narrativa de une joven porque criticar de frente el diagnóstico puede sentirse como una amenaza a su identidad o a los apoyos que ha recibido gracias a esa etiqueta. Un enfoque más suave y curioso puede ser preguntar:

“¿Y si es posible que tenga un Trastorno de Ansiedad Generalizada, pero también que mi ansiedad sea una respuesta comprensible a sentirme en peligro o insegure?”

Todes sostenemos múltiples narrativas sobre nosotres mismes. Lo que hacemos en terapia es ayudar a que las narrativas secundarias —como “mi dolor tiene sentido y es difícil convivir con él”— puedan ganar fuerza frente a narrativas dominantes como “tengo un trastorno porque no sé lidiar con esto”.

Ampliar la narrativa (en lo individual y en lo colectivo) permite espacio para la exploración, la confusión, la paciencia, la curiosidad y la compasión. No se trata de imponer un nuevo discurso, sino de invitar a cuestionar los existentes y ofrecer otras formas de comprendernos.

El cambio real requiere tiempo. Une joven necesita sentirse segurx para cuestionar ideas nuevas y antiguas. Contar con opciones narrativas le permite reconstruir su historia desde un lugar más libre y consciente.


En la práctica, hemos visto cómo cuando une joven escucha que “sus respuestas emocionales tienen sentido”, se producen momentos de revelación. Al acompañar su proceso desde el lenguaje que ya conoce y ofrecer nuevos caminos de exploración, se abren puertas hacia conclusiones más profundas. Puede que siga usando el lenguaje del trastorno, pero ahora también puede empezar a entender de dónde vienen sus emociones y que no debe culparse por sentirlas.

Eso, en sí mismo, ya es un acto de transformación.

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