Un nuevo estudio argumenta que la coerción psiquiátrica es malinterpretada debido a una opresión epistémica profundamente arraigada, donde las experiencias vividas de les pacientes son descartadas como irrelevantes para la práctica psiquiátrica.
Por Samantha Lilly – 31 de enero de 2025
La coerción sigue siendo uno de los aspectos más controvertidos del cuidado psiquiátrico. Desde hospitalizaciones forzadas y tratamientos involuntarios, legalmente permitidos, hasta formas más sutiles de presión—como el hecho de que les pacientes se sientan obligades a tomar medicación para evitar represalias del personal—la coerción impregna el sistema psiquiátrico tanto de manera explícita como insidiosa.
Un nuevo estudio, publicado en Synthese por les académiques europees Mirjam Faissner, Esther Braun y Christin Hempeler, examina por qué la coerción persiste en la psiquiatría a pesar de las preocupaciones éticas y la resistencia de les pacientes. Les autores argumentan que una de las razones clave es la opresión epistémica, es decir, un silenciamiento sistemático de las perspectivas de les pacientes sobre lo que constituye la coerción.
Mientras el personal psiquiátrico y las instituciones definen la coerción de manera estrecha, basándose en marcos legales y normativos, les pacientes experimentan la coerción de formas mucho más amplias. Esta desconexión no es solo una diferencia de opinión, sino un problema estructural que mantiene el poder psiquiátrico y evita una reforma significativa.
Como explican les autores:
“En una interacción entre dos agentes A y B que no está afectada por prejuicios, el testimonio de A sobre haberse sentido coercionade por B normalmente llevaría a B a considerar si la situación fue realmente coercitiva y, potencialmente, a cuestionar sus propias suposiciones sobre lo que constituye coerción. En el caso de la coerción en la psiquiatría, este proceso puede verse afectado por el prejuicio: aunque el personal psiquiátrico pueda reconocer que les pacientes se sintieron coercionades en una situación específica, es plausible que consideren sus testimonios como no suficientemente relevantes para determinar si la situación fue realmente coercitiva, lo que limita el impacto de sus experiencias en la comprensión de la coerción por parte del personal psiquiátrico.”

En otras palabras, el personal psiquiátrico puede reconocer que les pacientes se sienten coercionades, pero rara vez reconsidera sus propias prácticas en base a estos testimonios. Esta desestimación no es simplemente una falla individual; está integrada en la estructura misma de la psiquiatría, reforzando una forma continua de opresión epistémica.
La Coerción Psiquiátrica como Opresión Epistémica
Faissner y sus colegas fundamentan su argumento en el concepto filosófico de opresión epistémica, que se refiere a la exclusión sistemática de grupos marginados de la producción y uso del conocimiento compartido. Les autores argumentan que les pacientes psiquiátriques constituyen uno de estos grupos marginados, ya que su comprensión de la coerción—lo que denominan “Coerción[P]”—es rutinariamente reemplazada por la definición más estrecha utilizada por el personal psiquiátrico—“Coerción[S]”.
“…el concepto de opresión epistémica, como lo introduce Dotson (2012, 2014), se utiliza para analizar las diferentes maneras en que miembros de grupos sociales marginados son excluides de manera sistemática y persistente del uso y la formación de los recursos epistémicos compartidos.”
Estos recursos epistémicos—las ideas, marcos y lenguaje que usamos para dar sentido al mundo—son moldeados principalmente por quienes ostentan el poder. En la psiquiatría, esto significa que las experiencias de coerción de les pacientes no solo son desestimadas, sino que son excluidas sistemáticamente de la definición oficial de lo que es la coerción.
Sin embargo, les pacientes psiquiátriques no experimentan la coerción en aislamiento. Comparten sus experiencias entre sí, formando comunidades epistémicas alternativas—como Mad in America—donde pueden desarrollar una comprensión colectiva de la opresión psiquiátrica. Les autores argumentan que estas comunidades de pacientes poseen una comprensión cohesionada y legítima de la coerción, aunque la psiquiatría se niegue a reconocerla:
“Por lo tanto, entendemos que les pacientes, como una comunidad epistémica suficientemente cohesionada, tienen un concepto de ‘coerción[P]’ que es mucho más amplio que el concepto de ‘coerción[S]’ usado por el personal psiquiátrico. Esta diferencia en el uso del término ‘coerción’ entre el personal psiquiátrico y les pacientes es relevante porque el predominio de ‘coerción[S]’ en la psiquiatría probablemente tiene consecuencias negativas para les pacientes.”
La Ignorancia Hermenéutica y la Persistencia de la Coerción
Esta exclusión epistémica no es inofensiva. Tiene consecuencias directas en la autonomía de les pacientes, la transparencia del sistema y su proceso de recuperación. Sentir que une tiene agencia sobre su propio tratamiento es fundamental para la sanación. Sin embargo, cuando les pacientes expresan preocupaciones sobre la coerción, suelen enfrentarse a la indiferencia o incluso a la negación. Como resultado, los aspectos coercitivos del tratamiento psiquiátrico permanecen sin abordarse, afectando a quienes ya están en situación de vulnerabilidad.
Uno de los mecanismos a través de los cuales opera la opresión epistémica en la psiquiatría es lo que les autores llaman inercia inferencial—cuando alguien reconoce un testimonio pero no lo integra en sus creencias o acciones.
“En casos de inercia inferencial, sin embargo, la persona A cree en el testimonio de otra persona B, pero no saca las inferencias que deberían derivarse de dicho testimonio: el sistema de creencias de A permanece sin cambios. En estos casos, A no reconoce suficientemente la relevancia de la contribución de B a la indagación epistémica en cuestión.”
El personal psiquiátrico puede reconocer que les pacientes se sienten coercionades, pero a menudo justifican sus acciones utilizando normas institucionales, marcos legales o directrices clínicas que refuerzan sus prácticas preexistentes. Esto resulta en injusticia hermenéutica—una brecha en la comprensión colectiva en la que un grupo (les pacientes) posee un conocimiento que otro grupo (les clínicos) se niega a reconocer.
Esta brecha no se debe a una falta de comunicación de les pacientes, sino a una falta de voluntad de la psiquiatría para escuchar.
Desafiar la Opresión Epistémica en la Psiquiatría
Les autores argumentan que desafiar la opresión epistémica en la psiquiatría requiere cambios estructurales, incluyendo:
- Investigación participativa: Garantizar que las personas con experiencia vivida formen parte del diseño de estudios psiquiátricos.
- Inclusión en la prestación de servicios: Integrar las voces de les pacientes en el diseño y la evaluación de la atención psiquiátrica.
- Capacitación del personal: Enseñar a les profesionales a reconocer e integrar las perspectivas de les pacientes sobre la coerción.
“Por lo tanto, para reducir la opresión epistémica, es necesario un cambio en las prácticas institucionales de la psiquiatría que permita la consideración adecuada de las perspectivas de les pacientes. Hemos sugerido que los enfoques participativos en la investigación y la inclusión de les pacientes en la prestación de servicios y en la capacitación del personal pueden ser un primer paso hacia estos cambios.”
Este estudio se suma a un creciente cuerpo de investigaciones que critican la coerción en la psiquiatría y exponen cómo la injusticia epistémica perpetúa el daño. Sin abordar estas injusticias en el corazón de la práctica psiquiátrica, la coerción seguirá justificándose como “necesaria”, no porque sea efectiva, sino porque quienes tienen el poder se niegan a escuchar.
Los hallazgos de Faissner y sus colegas se alinean con un creciente cuerpo de investigaciones que critican la coerción en la atención psiquiátrica y exponen las formas en que la injusticia epistémica perpetúa el daño. El Comisionado de Derechos Humanos del Consejo de Europa ha pedido explícitamente el fin de la coerción en la atención de la salud mental, señalando cómo estas prácticas coercitivas violan los derechos humanos, silencian a quienes son sometides a ellas y se mantienen más por hábito e inercia institucional que por necesidad terapéutica.
Las investigaciones también han demostrado que la coerción a menudo se justifica a través de la percepción pública de que les pacientes psiquiátriques son peligroses, una percepción que aumenta el apoyo al tratamiento involuntario y es alimentada por el estigma y la falta de educación. De manera similar, los estudios cualitativos han evidenciado que les pacientes sometides a coerción experimentan una profunda deshumanización, a menudo debatiéndose entre la resignación a la autoridad psiquiátrica y la resistencia a sus estructuras paternalistas.
La coerción afecta de manera desproporcionada a comunidades ya minorizadas Las investigaciones han demostrado que las poblaciones negras y migrantes están en mayor riesgo de experimentar intervenciones psiquiátricas coercitivas, ya que el racismo sistémico y los legados coloniales continúan dando forma a las prácticas psiquiátricas a nivel global. La hospitalización involuntaria, por ejemplo, ha mostrado correlaciones con factores demográficos como la edad, el estado civil y la raza, lo que sugiere que la coerción refleja con frecuencia mecanismos de control social más que intervenciones terapéuticas genuinas. Les niñes también son particularmente vulnerables, ya que la coerción psiquiátrica se normaliza a menudo en los servicios de salud mental juvenil, donde les pacientes jóvenes son concebides como “seres humanes incompletes” y su resistencia al tratamiento es descartada como inmadurez del desarrollo en lugar de una postura epistémica legítima.
Más allá de sus implicaciones éticas, la coerción psiquiátrica carece de una justificación empírica sólida. Revisiones a gran escala de la literatura han encontrado que las prácticas psiquiátricas coercitivas no solo son ineficaces, sino que además violan los derechos humanos, desestabilizando aún más a las personas en crisis en lugar de fomentar su recuperación. Cada vez más, expertes han cuestionado la dependencia de la profesión psiquiátrica en la coerción y el aumento del tratamiento forzado, argumentando que tales medidas contradicen los principios fundamentales de una atención colaborativa y centrada en la persona.
El trabajo de Faissner y sus colegas contribuye a esta crítica en curso al demostrar cómo la coerción se justifica epistémicamente a través de la inercia inferencial y la ignorancia hermenéutica intencional, mecanismos que permiten al personal psiquiátrico desestimar los testimonios de les pacientes sin reconocer su relevancia. Su estudio resuena con investigaciones previas que han demostrado cómo el diagnóstico psiquiátrico en sí mismo a menudo funciona como un sitio de injusticia epistémica, donde a las personas etiquetadas como “enfermes mentales” se les socava sistemáticamente su conocimiento y agencia.
El estudio también se alinea con trabajos que abogan por la justicia epistémica en la psiquiatría, lo que implica centrar las experiencias vividas y desmantelar las jerarquías tradicionales que excluyen el conocimiento de les pacientes en la formulación de políticas y prácticas de salud mental.
Tomadas en conjunto, estas investigaciones exponen la coerción psiquiátrica no solo como un problema legal o procedimental, sino como un problema epistémico y estructural. Demuestran que la coerción se sostiene no solo a través de políticas institucionales, sino también a través de suposiciones profundamente arraigadas sobre quién tiene el poder de definir la realidad, cuyo conocimiento es considerado válido y cuyo sufrimiento es reconocido. Sin abordar las injusticias epistémicas en el corazón de la práctica psiquiátrica, la coerción seguirá justificándose como “necesaria”, no porque sea efectiva, sino porque quienes ostentan el poder se niegan a escuchar.
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Faissner, M., Braun, E., & Hempeler, C. (2025). Epistemic oppression and the concept of coercion in psychiatry. Synthese, 205(1), 24. (Link)