Redactado y Reportado por Rohini Joy
Cuando la medicina moderna no pudo ofrecerles respuestas, un pequeño y poco convencional templo en Bengala Occidental le brindó sanación a visitantes desesperades a través de la fe.

Parte 3 de 4
En una tarde húmeda de julio, Shakuntala Devi yacía sobre una estera en la entrada del Nischintapur Kabibabar Mandir (que se traduce aproximadamente como “el templo del poeta libre de preocupaciones”) en Pujali, un pequeño pueblo en el estado de Bengala Occidental, en el este de la India.
De vez en cuando, se quejaba de dolor ante su hija, quien estaba sentada a su lado. Otras veces, miraba al cielo y murmuraba en voz baja.
“Ella le está preguntando a Dios por qué tiene que soportar tanto dolor. Se pone así una o dos veces al año: pierde las ganas de levantarse de la cama, siente muchos dolores corporales, se siente débil y mareada, y habla mucho consigo misma,” cuenta su hija Shampa.
Hay alrededor de treinta personas haciendo fila en el templo, que está dedicado a la diosa hindú Kali, una deidad feroz y poderosa, asociada frecuentemente con la destrucción, la transformación y la derrota de las fuerzas malignas.
Han llegado con sus propios problemas: dolores físicos, pesadillas, infertilidad —problemas que, aseguran, los médicos no han podido resolver.
Shakuntala también había visitado a varios médicos y se había sometido a una serie de pruebas para averiguar qué le ocurría.
“Le hicieron pruebas en el hígado, los riñones y para la diabetes,” explicó su hija. “Gastamos 7000 rupias (alrededor de 84 dólares) en pruebas y consultamos con tres médicos distintos, pero no pudieron encontrar nada malo,” añadió.
Finalmente, cuando uno de sus vecinos les sugirió que visitaran el templo, decidieron intentarlo.
“Cuando ella viene aquí y hace lo que dice baba (el sanador), mejora. Así que, cada vez que se enferma, la traigo aquí,”cuenta Shampa.

Un templo ningún otro
Este templo no se parece a ningún otro lugar de culto hindú.
Al entrar, lo primero que uno nota es al baba (sanador) recostado en una charpai (cama de madera): fumando un cigarrillo, tomando chai y leyendo. A su lado, un gato negro descansa tranquilamente —una imagen sorprendente en una cultura donde los gatos negros suelen considerarse de mala suerte.
Las calaveras son una presencia constante: desde esculturas hasta pequeñas calaveras de yeso dentro de un acuario lleno de peces.
Mientras que la mayoría de los templos hindúes son limpios y ordenados, este no lo es. Las flores están esparcidas por el suelo, el agua se filtra por las grietas y los excrementos de paloma cubren las paredes.
Un cartel informa a los visitantes que todos los tratamientos cuestan 5 rupias (aproximadamente 0,06 dólares).
El templo es un edificio de dos pisos, y lo que lo hace único es la presencia de animales —perros, pavos, gatos y palomas— deambulando libremente en su interior.
“Desde el momento en que entré al templo, algo dentro de mí simplemente… se calmó. Antes de eso, mi vida se sentía como una pesadilla interminable,” me cuenta Mohsin Ismail, un hombre musulmán de 35 años.
Hace aproximadamente un año, comenzó a experimentar episodios aterradores que destrozaron su vida.
“Siempre comenzaba de noche,” recordó. “Temblaba violentamente, gritaba sin control y sentía una necesidad abrumadora de arremeter contra todos a mi alrededor. No podía entenderlo; era como si estuviera perdiendo la razón,”dijo Ismail.
Dormir se volvió casi imposible. Y cuando lograba quedarse dormido, llegaban las pesadillas —visiones vívidas y aterradoras llenas de sangre.
“Todo lo que podía ver era sangre,” susurró.
“Una noche, casi lastimo a mi propio hijo. Fue entonces cuando supe que necesitaba ayuda,” dijo.
Como la mayoría de los visitantes, también había buscado ayuda con un psiquiatra. Le recetaron medicamentos, pero nada parecía funcionar.
Desesperado, decidió venir aquí.

“Baba colocó un vaso de precipitados lleno de agua y una raíz de árbol sobre mi estómago,” explicó Ismail. “Luego me dio flores y hojas de bel para que las frotara en mi mano en movimiento circular. Era extraño, pero hice lo que me pidió.”
Para su asombro, los rituales funcionaron. “El temblor simplemente… se detuvo. Las pesadillas desaparecieron. Y por primera vez en mucho tiempo, pude dormir de verdad,” dijo.
“No sé cómo ocurrió, pero algo dentro de mí cambió. Ahora vengo aquí cada año, solo para dar las gracias,” añadió.
La historia de Mohsin es única, no solo por su sanación, sino también porque es un musulmán que visita un templo hindú.
Un lugar para todes
“Este templo es para todes —mire, yo creo que Kali (la diosa a la que está dedicado el templo) es una Dalit, así que nunca cierra sus puertas a nadie, sin importar su religión o casta,” me dice el baba (sanador) cuando finalmente logro hablar con él.
“Alguien como yo (también Dalit) encontró un espacio aquí,” añade.
El sistema de castas en la India fue oficialmente abolido en 1950, pero esta jerarquía social de 2,000 años de antigüedad continúa influyendo en muchos aspectos de la vida.
El sistema de castas asigna a las personas un lugar en la sociedad desde su nacimiento, determinando su estatus social, los tipos de trabajos que pueden desempeñar e incluso con quién pueden casarse.
Aquellos que quedan fuera de las cuatro categorías principales —Brahmanes (sacerdotes y maestros), Kshatriyas (guerreros y gobernantes), Vaishyas (comerciantes y mercaderes) y Shudras (trabajadores)— son conocidos como Dalits (históricamente llamados “intocables”) y han sido objeto de una severa discriminación y exclusión.
Aunque la Constitución otorga a los Dalits el derecho de acceder a espacios públicos, incluidos los templos, se han reportado varios incidentes donde han enfrentado violencia, e incluso la muerte, por ejercer este derecho.
“Muchas personas que vienen aquí no tienen un lugar en la sociedad; saben que no son consideradas iguales,” continuó explicando el baba.
Según él, muchos de sus problemas se derivan de factores socioeconómicos.
“Nada es independiente de lo otro —la mente no es independiente del cuerpo, y ambos no son independientes del entorno ni de las personas que nos rodean,” dijo.
“Aquí, saben que sus problemas serán escuchados y que serán tratados con respeto. Eso hace el 90% de mi trabajo. Y ese es mi secreto,” se rió.

Entendiendo a les afligides
Puja Bagchi, una mujer de 28 años, había estado intentando tener un hijo durante dos años, sin éxito.
“Intentamos de todo,” dijo.
Su esposo, que trabaja como electricista, la apoyó durante numerosas citas médicas e incluso aceptó intentar la fecundación in vitro (FIV), un procedimiento costoso que agotó sus ahorros.
“Gastamos 3.5 lakh de rupias en atención médica,” explicó.
Pero después de una serie de tratamientos, pruebas y decepciones, Puja comenzó a perder la esperanza.
“Me sentía como un fracaso,” admitió. “Cada mes que pasaba sin un resultado positivo era como un golpe al corazón.”
Una vecina, que también había enfrentado problemas de fertilidad, había visitado el templo y poco después dio a luz a un niño sano. Con renovada esperanza, Puja decidió acudir.
“¿Cómo se puede explicar que mujeres logren concebir después de visitar este templo? Otros problemas —pesadillas, crisis emocionales— tienen más sentido. Pero, ¿cómo puede este lugar ayudar con esto?” le pregunté al baba.
“Es la fe: creen de todo corazón en este lugar y por eso hacen lo que les pido,” respondió.
Explicó que muchas mujeres que visitan el templo realizan trabajo físico pesado y tienen dietas pobres debido a la pobreza y el patriarcado, lo que a menudo significa que reciben los alimentos menos nutritivos.
Cuando acuden a él, les aconseja a sus familias que les permitan descansar y alimentarse mejor.
“Más a menudo de lo que se cree, eso les ayuda a concebir. Es así de sencillo,” dijo.
En otras palabras, el baba cree que, al brindarles a estas mujeres el cuidado y la nutrición que les han sido negados, sus cuerpos pueden sanar y, en muchos casos, concebir.
“Lo importante es escuchar y comprender: entender de dónde viene la persona afligida es fundamental,” añadió.
Al salir del templo, la fila de personas esperando para ver al baba se extendía a lo largo de la tarde. Cada una tenía sus propias razones para estar allí —razones que los médicos, hospitales y el mundo exterior no habían logrado abordar.
Para elles, el templo era el lugar donde esperaban encontrar algo de alivio, por más inusuales que fueran los medios.
(Esta es la tercera parte de una serie de cuatro sobre la sanación por la fe en India. Para leer las partes uno, dos y cuatro, haga clic aquí, aquí y aquí.)
Rohini Roy has reported on law and social justice as a journalist and now juggles both journalism and copywriting projects. When she’s not writing, she’s either lost in a good book, working on embroidery, or enjoying time with her dogs—always with a bowl of hot rice and butter close by!