Por Luis López-Salgado
Demi Moore interpreta a Elizabeth Sparkle, una veterana actriz ganadora del Oscar que ahora hace vídeos de ejercicio, similar a los de Jane Fonda y Cher en los años 80. La trama de la película surge de una preocupación suya de perder su trabajo luego de escuchar los comentarios de un ejecutivo televisivo (Dennis Quaid, interpretando un personaje que parece el hijo de Harvey Weinstein y Pee Wee Herman). La sustancia titular es una poción inyectable que promete crear una mejor versión de un sujeto más joven y más fuerte. De aquí nace el personaje de Sue, interpretado por Margaret Qualley.
Hay dos sujetos físicos que deben “respetar el balance”, cada una teniendo una semana en el mundo real. La subjetividad es un tema crucial en la película, y a la vez uno muy ambiguo. Cada personaje, Elizabeth (Moore) y Sue (Qualley), se entera de lo que hace la otra más tarde. Mientras más famosa se hace Sue como animadora del show de ejercicios, más obsesionada está con seguir viviendo y retando los límites establecidos de la sustancia. Vemos cómo la insatisfacción corporal hace que la protagonista cada vez tenga una salud física y mental más pobre, deteriorándose al punto que quiere escapar del cuerpo arrugado y pasar más tiempo como el arquetipo de la belleza joven (Griffiths et al., 2016). La película ilustra con crudeza cómo la insatisfacción con la propia imagen se traduce en un mayor malestar psicológico y una peor calidad de vida, un fenómeno que está ampliamente documentado (Bucchianeri & Neumark-Sztainer, 2014).

Podríamos comparar el poder adictivo de la sustancia con una sustancia controlada, por supuesto. La película es muchas cosas, pero no sutil. Realmente el universo que presenta es vacío y solitario. Seguimos a Elizabeth y Sue mientras trabajan, mientras están en casa y mientras caminan entre los dos espacios. Hay tomas que muestran pasillos enormes con pocos personajes y muchísimos retratos de ambas en sus mejores momentos físicos, imágenes que inmortalizan el físico femenino “ideal”: sensual y ejercitado a su mayor apogeo. Más que decorado, estos elementos refuerzan la idea de que la obsesión con la imagen genera un estado de angustia constante, cultivando creencias de inferioridad e insignificancia (Liw et al., 2022). No es solo un tema de vanidad, sino una construcción social que impone estándares inalcanzables, generando fatiga mental y alterando la capacidad de controlar impulsos y emociones (Selimbegović et al., 2019).
Hay un sinnúmero de referencias culturales en el filme, desde la novela El retrato de Dorian Gray hasta la adaptación fílmica de The Shining de Stephen King por Stanley Kubrick. A pesar de mostrar una versión exagerada de la realidad, observamos cómo hasta en este universo la vergüenza de no encajar cultiva actitudes destructivas de inferioridad e insignificancia (Liw et al., 2022).
Para las mujeres en Hollywood después de “cierta edad”, la oportunidad de conseguir buenos personajes disminuye sustancialmente. En el cine, los roles femeninos que vemos de actrices de 40 años en adelante tienden a ser cada vez más papeles de esposas, madres y abuelas en planos secundarios. La noción de “respetar el balance” en el filme es interesante, ya que con cada uno de sus tres actos vemos cómo la protagonista continuamente se tortura física y mentalmente sin realmente sentir algún tipo de ambición personal realizada. Fuera de recibir gloria en el ojo público, sus relaciones interpersonales son breves y casi inexistentes. La angustia y vergüenza del personaje son claras (Deliovsky, 2008), reforzando la vulnerabilidad de la protagonista ante los estándares normativos de belleza. Esta vulnerabilidad no solo perpetúa creencias negativas de insuficiencia y baja autoestima, sino que se traduce en emociones, pensamientos y comportamientos autodestructivos (Gonzales, 2023).
Similar al personaje de Gloria Swanson solitaria en su mansión en el clásico Sunset Boulevard, vemos a una mujer emocionalmente vacía y separada del mundo cuando no trabaja. Hay un personaje que se enamora de Elizabeth viéndola perfecta tal y como es; sin embargo, ella y su disforia corporal causan que odie lo que ve en el espejo, tanto de manera figurativa como literal. La película subraya cómo la vergüenza internalizada genera un ciclo de angustia y aislamiento, exacerbando la sensación de insuficiencia (Deliovsky, 2008). La vergüenza, lejos de ser un sentimiento pasajero, tiene el poder de erosionar la identidad y el sentido de valía personal, generando una espiral de autodestrucción (Liw et al., 2022).
Fargeat, directora francesa, llama la película un filme de “género”, rechazando así su categorización como filme de terror, melodrama o sátira. No se explica por qué un show de ejercicios es tan exitoso en el 2025 ni por qué hay tan poca tecnología moderna (fuera de mensajes de texto). Una vez Sue nace, la imagen es más sobresaturada y artificial; vemos cómo el personaje twerkea a la canción “Pump It Up” de Endor y se hace más clara la tesis del filme. Continuamente hay un énfasis en los alimentos, desde los huevos hasta los muslos de pollo y unos langostinos memorablemente consumidos por el personaje de Quaid. No es coincidencia: la película pone en el centro la relación entre el cuerpo femenino, el consumo y la mirada masculina, cuestionando la percepción de que el cuerpo de la mujer tiene una “fecha de expiración” en función del deseo ajeno. Este tema se condensa en una inolvidable toma final que debe ser vista por cómo combina horror corporal, humor y surrealismo.

Luis López Salgado es un periodista cultural, cineasta y educador. Realizó un bachillerato en Información y Periodismo en la Universidad de Puerto Rico y una maestría en Estudios de Cine en la Escuela de Arte Tisch de New York University (NYU). Es aficionado de la cultura popular, el viaje y los animales. Actualmente es instructor de múltiples cursos de comunicaciones en el recinto riopedrense de la Universidad de Puerto Rico.